Liderar la innovación : El cambio empieza en la mente de quien dirige

Dirigir no es solo decidir. Es crear el clima donde las buenas ideas aparecen sin pedir permiso y encuentran un camino para convertirse en resultados medibles. Cuando una organización quiere crecer, la innovación deja de ser un cartel motivacional y se vuelve una práctica diaria. No vive en un área aislada ni en un documento que se lee una vez por año. Vive en la forma en que el liderazgo conversa, en la manera en que los equipos se relacionan y en la experiencia concreta de trabajar juntos. Si el liderazgo no diseña ese contexto, la creatividad queda escondida en pasillos y chats. Si el equipo no tiene espacio para jugar con ideas, la innovación se oxida. Cuando ambos se encuentran, el negocio aprende más rápido que su competencia.

La agenda de quien dirige, define el pulso de la empresa. Si la agenda solo honra lo urgente, todo lo nuevo se vuelve sospechoso. Si la agenda protege espacios donde pensar, probar y aprender, la innovación deja de ser un deseo y se transforma en un hábito. Es una señal clara para toda la organización. Dice que explorar caminos mejores es bienvenido. Dice que cada aprendizaje, incluso los que duelen, vale. Dice que preferimos conversaciones honestas a presentaciones perfectas. Ahí empieza a moverse la aguja.

Cuando hablo de fortalecer líderes y equipos, hablo de una relación que habilita. Un liderazgo que abre la cancha y un equipo que se anima a jugarla. El liderazgo define rumbo, foco y umbrales de riesgo razonables. El equipo trae realidad, detalles y tensiones que no se ven en los números. La innovación nace en ese cruce. No en la inspiración solitaria. No en el capricho de una moda tecnológica. Nace cuando los problemas que importan se vuelven visibles y compartidos. Nace cuando las personas pueden pensar con el cuerpo, con la palabra y con la experiencia. Nace cuando la conversación deja de ser una pulseada de egos y se convierte en construcción colectiva.

Si la agenda protege espacios donde pensar, probar y aprender, la innovación deja de ser un deseo y se transforma en un hábito.

El juego cambia la cabeza de los colaboradores. A muchos les cuesta verlo porque asocian juego con distracción. Permite destrabar rigideces y hacer tangible lo que parece abstracto. Permite que ideas simples aparezcan sin pedir perdón. Ideas simples que, al encajar en el lugar correcto, producen grandes soluciones. Cuando un equipo juega de forma deliberada, baja el volumen del miedo y sube el de la curiosidad. Se habilita el permiso para probar y se pierde menos tiempo justificando posiciones. Se invierte más energía en construir algo que todos puedan observar y discutir. Eso acelera el aprendizaje. Y donde el aprendizaje se acelera, la innovación florece.

Pienso en lo que sucede cuando una mesa de juego reúne a ventas, operaciones, finanzas, producto y atención al cliente. Sin pantallas, con materiales a mano y con el desafío claro que vale la pena abordar. En pocos minutos aparecen representaciones de procesos, dolores de clientes, atajos que la realidad impone, oportunidades que nunca entraron en un Excel. Aparecen porque la gente puede mostrarlas con las manos, porque el juego suspende la necesidad de tener razón y pone en el centro la necesidad de comprender. En ese suelo las ideas simples son bienvenidas. Una promesa escrita de forma clara. Un mensaje proactivo que se envía en el momento exacto. Un orden distinto en la preparación de un pedido. Un pequeño cambio en la forma de priorizar.

Nadie conoce mejor las costuras del negocio que quienes lo operan todos los días. El liderazgo puede ver el bosque completo, pero el equipo ve el árbol con lupa y temperatura real. La innovación efectiva pide ambas miradas. Si solo mirás el bosque, todo es estrategia en el aire. Si solo mirás el árbol, todo es parche. Cuando un líder convoca a su equipo a jugar con un reto concreto, esa doble mirada se vuelve diseño. Y cuando esa práctica se repite, la organización aprende a moverse de manera distinta. Ya no se trata de aplaudir genios. Se trata de cultivar conversaciones que produzcan mejores decisiones.

Cuando un equipo juega de forma deliberada, baja el volumen del miedo y sube el de la curiosidad.

Las dinámicas de team building en este contexto, son moneda corriente. No como entretenimiento pasajero ni como un truco para la foto, sino como un espacio de trabajo donde el equipo se vuelve a conocer, en serio. Donde aparecen talentos que no se ven en el día a día, donde se descubren interferencias pequeñas que bloquean resultados grandes, donde se practica la escucha sin máscaras y donde se refuerzan acuerdos que después viajan a la operación. En algunos proyectos elijo proponer experiencias con LEGO Serious Play. Me fascina lo que permite esta metodología en un marco de respeto. El resultado no es una maqueta bonita, sino un mapa de sentido que guía las mejores decisiones.

Toda persona de la empresa convive con sesgos y atajos mentales. Y nadie es culpable, porque es parte de ser humano. Un equipo que juega con un problema legítimo los detecta con más facilidad. Cuando una idea se ve en la mesa, pierde la protección del discurso y se puede mejorar sin tocar el ego de nadie. Se puede descartar ideas o combinarlas con otros para lograr algo que ninguno había imaginado solo. De este cruce salen ideas simples, tan simples que sorprenden. Lo simple, ejecutado con convicción, crea soluciones grandes cuando dialoga con el negocio real.

El liderazgo tiene un rol insustituible en esta historia porque pone condiciones para que el equipo haga su mejor trabajo. Una condición es elegir pocos desafíos que realmente muevan el negocio. Otra condición es promover espacios sin interrupciones para pensar, promover que está bien proponer cambios y dejar fluir las tensiones que puedan surgir en la mesa. Sin ese permiso, el mejor team building se transforma en anécdota. Con ese permiso, se transforma en práctica.

Nuestras palabras crean realidad. Si a toda idea nueva le decimos riesgo, la vamos a esquivar. Si llamamos problema a cualquier fricción, la vamos a esconder. Cuando un equipo trabaja su lenguaje, sube su potencial creativo. Decir hipótesis en lugar de suposición, genera apertura de juego. Decir ensayo en lugar de prueba final, reduce miedos. Decir aprendizaje en lugar de error, facilita la iteración. El liderazgo modela ese lenguaje y lo defiende cuando el contexto aprieta.

Nuestras palabras crean realidad.

En muchas empresas grandes, las jerarquías pesan. Podés coincidir en que no es sencillo contradecir a quien decide el presupuesto. Pero una dinámica bien conducida, distribuye la palabra. Permite que hable quien siempre llega tarde a la discusión por timidez o por falta de espacio. Muestra que la idea no tiene dueño, sino propósito y evidencia. Cuando esa regla se vuelve costumbre, el talento gana terreno, la política interna pierde fuerza y la innovación gana aliados donde antes solo había espectadores.

También existe el mito de que innovar significa apostar a lo desconocido y quemar recursos, no siempre tiene por qué ser así. La innovación cobra sentido cuando se ancla en la vida de clientes y usuarios. Cuando las hipótesis se conectan con comportamientos reales, cuando la conversación se apoya en datos y observaciones o, cuando un equipo se da permiso para ensayar en pequeño y aprender rápido. El juego prepara la cabeza para esa forma de trabajar: bajar la guardia, escuchar mejor, visualizar, probar sin enamorarse del primer resultado, ajustar y volver a intentar.

El cinismo es enemigo de la creatividad. El cinismo dice que ya está todo inventado, que el cliente no va a cambiar, que la gente no quiere mejorar. El juego serio desarma ese cinismo y lo reemplaza por curiosidad, por responsabilidad compartida y por una pregunta que activa a todos.

En PyMEs y en áreas de empresas grandes el día a día muerde fuerte. Es fácil perder de vista el para qué hacemos las cosas. Por eso insisto en que, fortalecer líderes y equipos no es un lujo, es una política de supervivencia. Cuando una persona asume un rol de dirección, acepta que su tarea principal es cuidar la calidad de las conversaciones. En esas conversaciones se elige qué problema vale la pena hoy, se reconoce una restricción y se la usa como motor creativo, se transforma una queja en una alternativa viable, se define la siguiente acción con nombre y apellido.

El juego prepara la cabeza para esa forma de trabajar.

El juego ayuda a encontrar esos logros más sólidos. Marca una cadencia que la gente entiende: abrir, explorar, elegir, probar, observar, aprender, escalar. Lo que nace así, resiste la presión del calendario, porque nació conversado y fue visto por todos antes. Eso forma parte de la cultura, la que sostiene la innovación cuando la novedad del comienzo se agota.

Hay un detalle que me gustaría resaltar: las ideas simples que crean grandes soluciones suelen aparecer cuando alguien formula una pregunta obvia que nadie se atrevía a hacer. Esas preguntas abren puertas que no aparecen en los dashboards complejos. El juego les da un escenario amable, les saca solemnidad y les permite probarse. Cuando una pregunta así consigue mover un indicador, el equipo entiende algo profundo. La innovación es un trabajo bien hecho que el cliente nota.

Cada empresa tiene su propio tono, no hay fórmulas que valgan para todos. Por eso prefiero contar lo que busco provocar en cada dinámica de team building y no prometer resultados enlatados. Busco que el equipo se vea con ojos frescos, que reconozca patrones que le juegan en contra, que ponga nombre a los acuerdos que necesita para funcionar mejor, que construya modelos visibles de su propio trabajo. Que salga con energía de avanzar un paso claro, no con un catálogo de tareas que nadie hará. Cuando eso ocurre, la innovación encuentra un cauce. Cuando no, se vuelve discurso.

La innovación necesita liderazgo que habilite, equipos que se animen a jugar y un puente fértil entre ambos. Ese puente se construye con tiempo, con preguntas que valen, con rituales sencillos, con una estética de trabajo que honra la realidad y la mejora. Si estás al frente de una organización, podés coincidir en que vale la pena apostar por ese puente

La innovación necesita liderazgo que habilite, equipos que se animen a jugar y un puente fértil entre ambos.

Entre todas las dinámicas que trabajamos en behacked®, la que más utilizamos para trabajar la innovación en una empresa es LEGO SERIOUS PLAY® . Le permite al equipo modelar con las manos lo que piensa y lo que siente, saca a la luz supuestos que no se habían dicho y construye metáforas que ayudan a mirar el negocio sin blindajes. No se trata de un show de creatividad, sino de crear un lenguaje común que ordena prioridades y que le da un hogar a las ideas simples que mueven resultados. Cuando aparece ese lenguaje, se reducen los malentendidos, se acelera el acuerdo y se vuelve más fácil elegir qué probar primero y qué dejar para después. La innovación se vuelve un proceso compartido que respira en la sala.

En una jornada bien cuidada, ya se puede notar la diferencia. La dirección trae un desafío que importa de verdad y que es necesario trabajar. El equipo lo vuelve tangible y todos ven la película completa antes de pedirle a muchos que cambien algo. Se escuchan historias que no entran en un reporte, se ven obstáculos que antes eran ruido, se descubren atajos que nadie había conectado. Las decisiones empiezan a descansar en algo más sólido que la intuición suelta. El clima se vuelve más honesto, no por magia sino porque el juego baja defensas y sube la curiosidad. El resultado no es una lista interminable de tareas, sino una convicción compartida sobre el siguiente paso que vale la pena, una convicción que después se traduce en pequeñas victorias que alimentan la moral del equipo y sostienen la cultura de innovación.

También encuentro que LEGO SERIOUS PLAY® es una excelente herramienta para acompañar a que líderes puedan alinear visión con ejecución, sin perder la humanidad del proceso. Aporta un ritmo claro que evita discusiones circulares e invita a personas silenciosas a sumar su mirada. Le da un cuerpo a las tensiones para poder trabajarlas con respeto. Permite que el equipo encuentre soluciones sencillas que por fin encajan con la realidad. Esa sencillez es un activo cuando hablamos de innovación. Lo que es simple se entiende, se replica y se mejora. Por eso, cuando un grupo practica este tipo de encuentro con constancia, la empresa se vuelve más liviana para aprender y más firme para decidir. El liderazgo gana claridad, los equipos ganan autonomía y la innovación deja de depender del humor del día.

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Si querés explorar estas dinámicas con acompañamiento profesional, escribime. Podemos diseñar un encuentro de team building que hable el idioma de tu negocio y de tu gente. La innovación no es un milagro, es una práctica que se fortalece cuando el liderazgo y el equipo se encuentran. Ahí, las ideas simples encuentran su sitio y las soluciones grandes empiezan a tomar forma. Y ese movimiento, una vez que se hace hábito, cambia para siempre la forma en que tu empresa crea valor.


¿Damos el primer paso? ¡Estoy lista para acompañarte!
Conversemos.


Por Lucía Depretto
Consultora de Liderazgo y Equipos

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